La
relación existente entre el Ser Humano y el fuego se remonta al millón de años.
Los primeros Humanos domesticaron el fuego para protegerse de animales
salvajes, calentarse o cocinar los primeros alimentos. Hoy día el fuego se ha
convertido en un enemigo al que guardamos respeto y cierto rencor. El incendio
de Castrocontrigo calcinó cerca de 12.000 ha que mayoritariamente afectaron a
frondosos bosques de pinos. Sin embargo, no debemos olvidar, que más allá de la
catástrofe biológica y socioeconómica, el suelo y los recursos hídricos también
se han visto seriamente afectados.
El
suelo es una entidad en sí misma. Es el substrato sobre el que crece y se
desarrolla la vida vegetal, principal eslabón de la cadena alimentaria. El
efecto del incendio sobre éstos, depende no solo de la intensidad del fuego,
sino también de su duración, la humedad y el tipo de suelo. Así mismo, el suelo
cumple una función muy importante. Cuando llueve, gracias a su porosidad y
permeabilidad, absorbe el agua y la almacena, restringiendo la escorrentía de
agua en superficie y la evapotranspiración.
Tras
un incendio, la falta de vegetación y raíces favorece la erosión ante la
llegada de las primeras lluvias. Aunque es un efecto transitorio, hasta la
regeneración de nuevas plantas, la pérdida de la vegetación reduce la
proporción de agua devuelta a la atmósfera (evapotranspiración), y la
escorrentía superficial. Además, la combustión de materia orgánica genera sustancias hidrófugas (aceites y
resinas de pinos), que dan lugar a la formación de parches de
impermeabilización del suelo, favoreciendo así la escorrentía superficial. Conviene
destacar que la presencia de vegetación favorece la acumulación de minerales y
nutrientes, ya que estos son captados por las raíces, manteniéndolos en el
substrato y enriqueciéndolo. Si bien a corto plazo tras el incendio hay un aumento
de la fertilidad del suelo producido por la acumulación de cenizas, a largo
plazo el suelo llega a empobrecerse. La falta de raíces hace que los nutrientes se depositen en la capa de
cenizas y con las primeras lluvias son lavados y eliminados, disminuyendo así
la fertilidad del propio suelo. Aunque la textura del suelo no suele verse
afectada, salvo las zonas retocadas por maquinaria pesada para la acometida de
cortafuegos, algunas propiedades del suelo como el pH y conductividad eléctrica
sí pueden presentar cambios significativos. No obstante, al ser un suelo
principalmente silíceo (formado sobre cuarcitas, pizarras y conglomerados
rojos), estas propiedades se ven afectadas en menor grado.
Algunas medidas para evitar el
rápido deterioro de los suelos, así como su retroceso con la llegada de las
primeras lluvias consisten en la construcción de fajinas o bermas (escalones)
diseñados con los propios troncos quemados en zonas de grandes pendientes. La
adicción de residuos orgánicos (abonos avícolas o gallinaza) que fijan
nutrientes y permiten la rápida consolidación de una cubierta vegetal, o la
instalación de comederos para pájaros con semillas de gramíneas y leguminosas
(alto desarrollo), que puedan ser distribuidas por éstos, rápidamente.
Otro
problema derivado del incendio afecta a los recursos hídricos. Las aguas de
captación y los acuíferos de la zona pueden verse afectados tanto por la
contaminación por cenizas, resultado de una combustión incompleta durante el
incendio y compuestas, entre otros por carbono orgánico (60-70%), grafito y
partículas inorgánicas; así como por la turbidez provocada por el arrastre de
material fino durante las primeras lluvias del otoño. El carbono orgánico, a su
vez, contiene compuestos cancerígenos (hidrocarburos aromáticos), y las
partículas muy porosas pueden incluir compuestos que pueden resultar nocivos y
que van a parar a los arroyos y aguas subterráneas por filtración. Contra este
problema es difícil luchar. Sin embargo, cuanto antes se regeneren los suelos,
menor probabilidad de contaminación existirá, ya que las plantas juegan un
papel importante en la fijación de compuestos contaminantes.
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