martes, 25 de septiembre de 2012

Poema de Antonio Colinas


Poema que envío Antonio Colinas a la página web de Tabuyo del Monte (http://www.tabuyodelmonte.tk/) el día del incendio:



Antonio Colinas

Caballos y molinos en el pinar

(Tabuyo)



I


Escucho el corazón del pinar que gotea
sonámbulo en su espacio de silencio y aroma.
De su profundidad espero una llamada
o algún ser fabuloso que conmueva la tarde,
pero de él sólo brotan los caballos oscuros
que van buscando el caz claro de los molinos.
Cruje el casco en la arena y el bosque crea ecos
de relinchos celosos, y una luz muy madura
se posa en cada lomo, en los ojos mortales.
Muerte, muerte a la mente que razona y ansía,
puesto que el mundo habla con el lenguaje fiel
de la materia y de las sensaciones plenas.
Muerte a la voz y que arda la pupila, feliz
por la presencia maga de los nuevos misterios.
Contemplar un paisaje de vestigios antiguos
que ocultan los zarzales, la montaña secreta;
ascender al poblado en que el hombre no existe
y mirar en lo alto tanta luz planetaria,
la ceniza y la nieve, los caballos que abren,
con sus cabezas nobles, en el pinar, la niebla
que sube de los prados, una vida absoluta.  


II


Acaso sólo tú, que como el Tiempo eres
nueva, inocente, sepas de esas fuerzas que brotan
del monte, de la vida natural que aún nos donan.
Ves salir del pinar los caballos nerviosos
y en ellos ves el mundo primitivo, impensado:
la madera, la carne, el agua y las piedras,
tal como son, materia y signo del Gran Todo.
Signo de algo total que nunca te han nombrado.
Signo real (no un sueño, pues soñar aún no sabes),
imágenes hermosas en un espejo roto
que nadie, hasta ahora, ha logrado reunir
con armonía tal que apacigüe al humano.
Ves la Vida, su fuerza animal y secreta,
con incontaminado y gozoso estupor.
Y es ese gozo, Clara, el que le da un sentido
a quienes ya probamos una vida distinta,
a quienes con la edad miramos asustados
la otra cara astillada de un espejo desierto.


III


En invierno la helada caerá sobre la sangre
y la nieve en los lagos negros de vuestros ojos,
y el pinar no tendrá ese fuego de ahora
que incendia envolviendo en cenizas la tierra.
El hielo en el invierno inmovilizará
la rueda del molino, el flujo de la fuente
y acaso ya no estéis en el umbral del bosque
sacudiendo las ramas con vuestros belfos rojos.
El invierno está hecho de sueños enterrados,
de fragores ocultos y de crepitaciones
que no pueden vencer el frío de la tierra.
Mas hoy, lejos aún de ese tiempo cerrado,
hemos visto llamear las grupas relucientes
perladas de resina, las frentes salpicadas
de polen ardoroso, la vida entre los troncos;
aunque, como el invierno, ahora esté la Historia
(las ruinas del poblado minero y sus mil muertos,
la lección de otros tiempos que vinimos a hallar),
sepultada en la tierra, negada por el júbilo
polvoriento, metálico, de todos vuestros cascos

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